Hace muchos años, una prima mía tuvo un accidente de tráfico horrible. Estuvimos semanas enteras al pie de su cama, operación tras operación, mientras ella se debatía entre la vida y la muerte. Puede que por esa razón siempre odié los coches y todo lo que tuviera que ver con la conducción, y aunque varios meses después consiguió salir del hospital, ese miedo se quedó grabado a fuego en mi interior.
Creo que fui la única de mis amigas que al cumplir los 16 no se volvió loca por conducir una vespino. A los 18, tampoco me entró el venazo por conseguir ese papelito rosa que ellas tanto codiciaban.
Durante años permanecí enganchada al transporte público, y aunque siempre he vivido en el culo del mundo y llegar a cualquier sitio era casi una odisea, nunca me importó lo más mínimo, ya que en mis trayectos podía leer todos los libros que caían en mi mano mientras escuchaba un millón de canciones.
Todo eso cambió un día cuando mi madre, que es diabética, nos dio un susto de muerte. La encontré tirada en el suelo, sin saber si lo que estaba sufriendo era una subida o una bajada de azúcar. Llamé a urgencias, y tras un millón de preguntas, conseguí convencer al personaje que estaba al otro lado de la línea para que enviaran una ambulancia. Los minutos pasaban y allí no llegaba nadie. Llamé de nuevo para ver que pasaba, para decirles que iba a llamar un taxi porque no podíamos esperar más, y con todo su morro me contestaron que si mi madre moría en el viaje solo sería responsabilidad mía. Una hora después llegó la maldita ambulancia, y mientras íbamos camino del hospital me juré que esa vez sería la última que me pasaba algo así, la próxima vez sería yo quien la llevaría directamente a cualquier centro hospitalario.
Con más miedo que vergüenza, me presenté al día siguiente en una autoescuela. No voy a entrar a relatar aquí mis aventuras y desventuras con las clases prácticas, y mucho menos mis experiencias en los exámenes, porque a parte de hacerse larguísimo el post, a lo mejor a alguno le daba un ataque al corazón de la risa y tampoco es plan. El caso es que a la tercera va la vencida, y en esa ocasión conseguí mi "deseado" carnet de conducir.
Como mi economía siempre ha sido de lo más triste, me hice con un coche de segunda mano que vendía un compañero de trabajo del que en aquel entonces era mi novio. Aun recuerdo el pavor que sentí la primera vez que me puse sola al volante, no sabía muy bien que hacer con la palanca de cambios ni como combinar el movimiento de los pies. Mi ex, totalmente desesperado, decidió que la mejor manera de perder el miedo era llevarme al centro mismo de Madrid y luchar con el resto de los conductores en medio de la Gran Vía...... Creo que nunca han pitado a nadie tanto como a mí aquel día.
Poco a poco fui perdiendo el miedo y cogiéndole el gustillo a eso de conducir. Como no podía leer, decidí comprarme un radio-cassette para que al menos la música siguiera acompañándome. Meses después, decidí bautizar a mi bólido, no me parecía bien llamarle coche con la cantidad de horas que pasábamos juntos y la cantidad de lloros que me aguantaba, y tras mucho pensar, decidí que
Lolo sería un buen nombre.
Desde hace 6 años,
Lolo y yo hemos compartido un millón de viajes, un millón de risas, un millón de confidencias, un millón de canciones, un millón de kilómetros, un millón de muchas cosas....
Y esta tarde, cuando mis intestinos me ha dado una tregua, he decidio salir a que me diera un poco el aire, porque estar encerrada en casa todo el fin de semana no me estaba haciendo ningún bien. "
A las ocho estoy en tu casa, te recojo y nos vamos a dar un paseo para charlar un rato, que falta nos hace", le he dicho a
Maromo mientras me dirigía a por
Lolito. Iba pensando en mis cosas, ordenando mis ideas, pidiendo consejo a mi fiel acompañante, cuando de repente, y sin señal previa,
Lolo ha decidido pararse en mitad de la nada. "
Ahora no nene, hoy no nene", pero nada, no ha habido manera de volver a arrancarlo.
Una hora después, la grúa llegaba a mi rescate. Mientras veía como le arrastraban rampa arriba no he podido evitar echar una lagrimita mientras gritaba "
Por favor Lolo no te mueras".......
"
¿Tu primera grúa?" -me ha preguntado el conductor- "
Sí, la primera. Ha sido siempre tan bueno conmigo que nunca antes me había dejado tirada" -le he contestado mientras me secaba las lágrimas. "
No te preocupes, yo le cuidaré hasta mañana. Es un coche viejo, es lógico. Hoy llevo toda la tarde recogiendo cochazos súper buenos mucho más jóvenes que éste, así que date por satisfecha, está aguantando como un campeón".
Y me he vuelto a casa, triste, muy triste. Quizá esté loca, quizá esté más paranoica de lo que pensaba, pero me ha dado una pena terrible verle marchar, sin mirar atrás. Sé que solo es un coche, pero es mi coche, mi primer coche. Supongo que será como el amor, que el primero nunca se olvida. O quizá, simplemente, esté como una puñetera cabra. Sea como sea, espero que puedan curarle, porque además ahora mismo no podría permitirme comprar otro.
Mientras miro la ruta que menos tiempo me lleve al trabajo mañana (aunque dos horas no me las va a quitar ni el tato), aquí os dejo una foto de un modelo igualito que mi
Lolo. Aunque es viejo ¿a qué es precioso?
Espero que allá donde esté, no pase mucho frío, porque es muy friolero. Buenas noches
Lolo. Buenas noches a todos.
Escuchando: "Wild Night" - Van Morrison