Después de sobrevivir al aburrimiento general de toda la semana, encerrada en casa sin ver la luz del día escribiendo una maldita tesis doctoral (mientras el estado me paga tan genial idea), llega el finde…. ¡¡¡¡Aissssss!!!! ¡¡¡¡Me muero de la emoción!!!!! ¡¡¡¡¡Al fin voy a poder quedar con mi Maromo y disfrutar de dos días de empalago continuado!!!!!!.....
Que bonito suena ¿vedad? Pues no, la teoría queda muy bonita en papel pero nada tiene que ver con la realidad, ya que ésta tiene un humor muy, pero que muy negro.
Debido a que tal y como están las cosas en la actualidad, y eso de tener casa propia es una utopía, pienso en hacer una escapadita a una casita rural con mi churri. Al abrir la primera página de anuncios se me empiezan a salir los ojos de las cuencas porque¡¡¡¡cómo están los precios de las chocitas!!!!¡¡¡¿¿¿no se suponen que son de campo????!!!!!. Tras muchas averiguaciones constato que pasar una noche en “El Palassss” me saldría más barato, y como mi economía de parada no me llega para esos lujos, la idea de la escapada se desestima rápidamente.
Pero yo no me rindo fácilmente y me pongo a pensar seriamente sobre el asunto. Ideo un estratégico plan para invitar a mis congéneres a que abandonen voluntariamente la casa (en plan Gran Hermano) y, tras asistir como espectadora a una ardua lucha en un Ring imaginario entre mi “YO-maligno” y mi “YO-bueno”, el alma se me cae a los pies al ver como mi parte maquiavélica ha sido derrotada (de nuevo) por esa parte angelical que todos tenemos y que yo odio tanto (¡¡¡serás maldita!!!) argumentando cosas como “No es ético echar a tu familia a escobazos de su propia casa” ó “Imagínate que algún día tus hijos te hacen lo mismo”. Así que la culpabilidad toma peso y no me queda otra que pensar una nueva estrategia.
Al final, la única solución que me queda es invadir la casa de mi chico. Maromo vive en un piso compartido con dos compañeros más, cuyas parejas resultaron tener la misma brillante idea. Y como las matemáticas nunca fallan, acabamos seis personas compartiendo un piso de 70 metros cuadrados… y comencé a entender lo que sentían los personajes de la familia Brady.
Conseguir entrar en el baño resultaba más complicado que meterse de estrangis en un conciento de U2. Propuse poner una tira con números como los que hay en los supermercados para coger turno, pero nadie me tomó en serio. Tras esperar más de tres horas (procurando que mi vejiga no reventara en el intento) consigo adentrarme en tal ansiado recinto. Hubiera estallado de la felicidad si no me hubiera dado cuenta de que, tal como estaba el asunto, quizá algún cocodrilo podría abalanzarse directamente a por mí y arrancarme los pantalones antes de bajármelos, porque ¿cómo se puede acumular tanta suciedad en un espacio tan pequeño? Lo peor del tema es que no puedes quejarte (no es tu casa), y lo único que te queda es desalojar fluidos haciendo filigranas para que ninguna de esas cosas, que reptan de manera más que sospechosa, te toque algún milímetro de tu cuerpo.
Pero lo mejor, lo más excitante, es cuando llega el momento de arrumacos y demás desvaríos pasionales. Cuando piensas que cada uno está en su habitación, que nadie anda alrededor y tú comienzas a gemir “Sí, sí, nene, venga, dale duro”, alguien sale de su escondrijo hambriento y se dirige a la cocina. Y Maromo, aterrado, me tapa como puede la boca para que no piensen que me está pegando, y a mí se me baja toda la lívido a los pies y me pongo a pensar en los quehaceres que me tocarán al día siguiente…. Todo un desastre
Así que el domingo, estresada, salí escopetada hacia mi casa, donde no tendré arrumacos ni esas cosas, pero al menos ningún ser extraño me ataca en el baño….
Eschuchando Philosophers Stones "Van Morrison"
martes, octubre 03, 2006
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