La adolescencia, ¡¡¡¡qué tierna etapa!!!!
Bueno, tierna etapa en lo que amor se refiere claro, porque por el resto, la vida es un asco. A esas edades estamos acomplejados por millones de estupideces, nos salen granos en las partes más recónditas de nuestros cuerpos y tenemos la certeza de que nadie nos entiende (ahora que caigo en la cuenta, eso me sigue pasando en la actualidad, ¿será que no he madurado lo suficiente? Arggggggg!!!!!).
Pero bueno, volviendo al tema del amor (mira que me enrollo eh?), la adolescencia es una etapa muy dulce. Creemos a pies juntillas en los príncipes azules y estamos seguras de que el nuestro aparecerá en cualquier momento, en cualquier esquina, para rodearnos con sus varoniles brazos, subirnos al caballo y marchar a tierras lejanas donde el amor reinará para siempre jamás…Aisssssss, bellos años sí señor.
Pero una mañana, tras miles de decepciones, te das cuenta de que ya te da igual que venga un príncipe azul, rosa o amarillo, que te es indiferente el hecho de que te regalen flores y que las palabras bonitas empiezan a darte dolor de cabeza. Lo único que necesitas, lo que realmente te hace más falta que un buen plato de lentejas, es que alguien te dé un buen revolcón. Sí, en ese momento se terminaron los cuentos de hadas y lo único que tiene significado en tu vida es ¡¡¡¡UN BUEN MANGA!!!!
Y en ese preciso instante, los amantes se instauran en tu vida casi sin darte cuenta, como las arrugas o los kilos de más. Yo no sé si será por mi mala suerte en general o con los hombres en particular, pero si tuviera que clasificar mis historias de alcoba en términos cinemátograficos todas ellas estarían más cerca de horribles películas de terror de serie B que de aquellas que ponían los viernes noche en el plus (y que todos, sin excepción, nos encargábamos de ver llenas de rayas, y el que esté libre de toda culpa que tire la primera piedra, cochinos!!!!!).
En resumidas cuentas, esos encuentros fueron gores, pero gores de verdad y después de cada velada frustrante me convencía más de que esos muchachos, en su época de colegiales, se saltaron todas las lecciones de anatomía femenina, porque tanta incultura junta no es posible.
Y todo seguía su ritmo hasta que apareció, llamémosle, Gael, el Dios del Sexo…. Y entonces mi vida cambió para siempre, aunque esa historia tendrá que ser contada en otro momento…..
Mientras tanto ¿alguien se anima a contar alguna historia de amantes?
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